No siendo de los más viejos del lugar, todavía tengo recuerdo de vaquerías en el barrio de mis abuelos -Tetuán, barrio de Madrid, año 1965- y de ir con una lechera a comprar cuando me mandaban -era bastante chinorri, tenía cinco años, mi chaval tiene ahora siete para ocho y no le dejo sólo a más de doscientos metros de mí.
Una vez, mientras el fulano ordeñaba delante de los clientes que compraban en el propio establo, no se llevaban entonces las normas de la UE., una vaca se meó en un cubo con leche que habían dejado por allí y después le dio una patada y lo tiró. Me acuerdo que pensé: ¡qué pena que haya tirado la leche! alguno más listo que yo seguro que pensó: ¡menos mal que la ha tirado, porque si no seguro que nos la bebemos entre todos!
Con aquella leche, que mi primo Juan Antonio me explicó que había que hervir tres veces si no querías morirte, la señora Olvido, la vecina del bajo de mi casa, hacía mantequilla que después nos regalaba -nosotros le bajábamos la nata. Mi hermano se la tenía que tomar siempre colada porque la nata le daba asco -tiene guasa que a fecha de hoy el tío se sigue colando la leche- y mi madre siempre se quejaba de que había que frotar los fondos de las cacerolas -de aluminio- donde la calentaba.
Años después me contaron que la leche de ahora no es que tenga menos nata sino que está homogeneizada y que por eso se pega menos y no forma aquellas capitas de nata que me comía con azúcar ¡lástima!
En las casas de otra manera bebían una leche embotellada que se llamaba COLLANTES y que en la parte de atrás de la botellas tenía un letrero que ponía: tomando leche COLLANTES los niños se hacen gigantes.
Se decía entonces que pronto se iban a llevar las vaquerías a otro sitío. Ése y cómo iban a meter el tranvía de Peñagrande por la calle Covadonga, eran dos temas relativamente candentes en el barrio.
Años después, cuando ya no había vaquerías en Tetuán, las vías del tranvía de Peñagrande estaban en la calle Covadonga -efímeramente porque el tranvía lo quitaron al poco tiempo- y seguían por Francos Rodríguez hacia Peñagrande, íbamos a por la leche al Pardo. Allí había que competir con las mujeres de los militares para hacerse con leche a granel -nunca coincidimos en la vaquería con la de Franco- y muchas veces nos volvíamos de vacío porque sólo había leche para las clientas más habituales.
También gastábamos leche en bolsas, quizá LARSA no recuerdo bien, que ya venía pasteurizada aunque mi madre la seguía hirviendo antes de usarla. La traía un lechero que era gallego y que, si no estabas, te la dejaba en la puerta de casa. Si la vecina veía que mi madre tardaba en llegar la guardaba en su nevera para que no se estropease, supongo que mi madre haría lo mismo.
Excuso decir que lo de la fecha de caducidad era una mariconada que no se podía encontrar en ningún sitio ¿alguien sabe cuando se comenzó a usar en España la referencia de caducidad en los alimentos? Mi madre, a fecha de hoy, sigue considerando el tema como tal -últimamente hemos conseguido que, al menos, lo tome como algo indicativo semana arriba o abajo :)- y con la leche que se le pasa de fecha hace requesón o flanes, independientemente del olor.
Más adelante, ya de prometedor profesional en Barcelona, tuve el mismo problema que Sao Mai pero en mi caso, claramente, se trataba de la nevera yugoslava que me había comprado en Continente, a la que podías meter casi un paquete de folios entre la junta y la puerta. Yo intenté extender el bulo de que era culpa de la marca de leche que gastaba entonces, no la recuerdo bien pero era una leche nacional, tipo Llet nostra, y llevaba el escudo de Catalunya, para fastidiar a mi compañera de catre ¿dónde habrás ido a parar? que aunque sociata era nacionalista de pro como el licenciado Montilla.
También de aquella época, principios de los 90, me acuerdo de una ex-vaquería muy cerca de mi casa en BCN, estaba en una de las calles que suben desde Travessera hacia la Plaça de la Virreina, pero más bien hacia Gran de Gràcia, y era una granjita (un tipo de bar/lechería/tienda muy propio de allí y que originalmente era el único tipo de bar donde entraban las mujeres) que tenía el establo al lado. Allí se sentaban a charlar unos viejetes con la puerta abierta y se podían ver los pesebres donde estabulaban las vacas lecheras.
Me contó un vecino mío, al que le alucinaba que aparcara un coche matrícula de Madrid en el aparcamiento de jefes del Ajuntament y que no se creía que en el comité de dirección del sitio donde yo trabajaba (omito el nombre para evitar el descojone a cuenta de mis ex-compis pero éramos: una de Valladolid, una de Madrid, verdad es que circunstancialmente, uno de Igualada que flipaba en colores, uno de Barcelona, uno de Córdoba, uno de Huesca y yo, madrileño también, para que después digan que en Catalunya son excluyentes) el único que hablara en polaco fuese yo. Ellos hablaban castellano allí y catalán en público.
Pues me contó, que aquella vaquería era -había sido- de las que se llamaban higiénicas, que se diferenciaban de las otras en que la paja de las vacas se guardaba dentro de rejillas que colgaban de la pared y así no entraba en contacto con el suelo antes de que se la comieran los animales, no sé quizá alguien lo aclare.
Me hacía mucha gracia mi barrio (Gràcia), hace ya once años que me vine.
Fin.
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